miércoles, 13 de marzo de 2013

DE PLUMA Y ESPADA

La última aventura de Carmen, por el momento, la lleva hasta el Cáceres del s. XVI, donde se encuentra con una compañía de cómicos ambulantes. El singular estilo de vida de estas gentes, así como su singular filosofía de la vida, llaman a la niña tan poderosamente la atención como el olor de las calles, las costumbres de las gentes o los edificios emblemáticos de la ciudad que ella tan bien conoce y reconoce. Pero lo que más le impacte será un personae llamado Miguel...


                                        
                                                                 Fragmentos


A Carmen, todo este mundo en el que estaba viviendo, le parecía fascinante y triste al mismo tiempo.  Le gustaban aquellas gentes que reían y disfrutaban de lo poco que parecían tener. Le entristecía el olor de las calles, pero le encantaba no ver ni un solo coche rodando por ellas. Le gustaban los edificios, como de cuento, las plazas, las calles de piedra,...pero le entristecía la cantidad de mendigos -muchos de ellos niños- que había visto en las mismas calles.


                       ¡Y algunas que me han de sobrar con lo que se aprende en las comedias! Pues una representación mis padres que enseñarme a robar pudo, si me hubiera decidido a ello. Y lugares hemos conocido cientos viajando en el carro, que podría decirte donde nace y muere cada río. Y argucias para vivir no me han de faltar, porque si ahora hago de dama cuando sea grande seré galán. Y entretanto, malabares, cantes y bailes he aprendido que han de valerme para entrar en cualquier compañia, si hubiera menester.

Carmen y Fernando corrían sin dejar de mirar atrás, veían al hombre que les seguía. Serpentearon varias calles y entre jadeos la niña preguntaba por qué huían de ese hombre. El chico no lo sabía, pero había aprendido que ante la duda, es mejor correr por lo que pueda pasar. Las fuerzas de los tres iban llegando  al límite. Y al doblar una esquina, los muchachos se toparon de golpe con la barriga de Sebastián, que les hizo parar en seco.


                         Miguel se entusiasmaba al hablar de los cómicos del carro, decía recordar cómo desde niño siempre se sintió atraído por ese mundo del teatro. Contaba a sus nuevos amigos que cuando fuese un escritor conocidísimo -como pensaba serlo- escribiría comedias para ellos. Quería que sus obras se viesen y oyesen por toda España y aún en las Indias.





Pero cuando amaneció, la niña ya no estaba allí. Fernando se levantó, la buscó por el aposento, por el patio de la venta, por las cuadras, por los cobertizos ...  pero no la encontró.

"¡Fuérase tan por encantamiento como vino!", pensó el muchacho.  Pero la echó de menos desde el primer instante. (...) Al ver la pena de su hijo, Jimena le dijo:
- Pues deseémosle buen porvenir y sigamos nuestro camino, Fernando. Somos actores, hemos de saber dejar algunas cosas atrás.

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